MIS DUDAS SOBRE ADRIANA. CAPÍTULO 2
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MIS DUDAS SOBRE ADRIANA.
CAPÍTULO
2
Cuando
recogimos a Gabriela no me pareció tan enferma como decía, es más, me pareció
que era una simple pataleta de vieja consentida que quería llamar la atención,
Adriana las hacia cada rato y yo ya estaba acostumbrado a sus berrinches. Sin
embargo, y dejando esos temas atrás, nos tocó ir a su apartamento por sus
“medicinas” y sus cosas. En esa vuelta nos demoramos casi hora y media que
retraso nuestros planes y, por supuesto, agarramos todo el tráfico de la noche,
de los que —como nosotros— también querían llegar algún día a sus casas a
descansar, si a eso se le podía llamar descanso. Aparte, y como Julieta era la
que se sabía el camino y no iba ni cerca de nosotros como habíamos quedado, nos
perdimos al llegar al pueblo y fue Sebastián el que tuvo que salir a buscarnos
para guiarnos hasta la quinta mucho después de la hora acordada. Es decir, el
viaje que debía durar cinco horas terminó durando para nosotros casi nueve.
Estaba
rendido, agotado como pocas veces en mi vida. Lo único que quería hacer era llegar
a cualquier cama y acostarme a dormir hasta el lunes siguiente, no quería
despertarme nunca más; aunque la verdad, de haber sabido lo que el viaje me
deparaba, eso debí haber hecho: no volver a abrir los ojos para no darme cuenta
de toda la perversión que me rodeaba.
Cuando
nos encontramos con Sebastián, nos dimos cuenta que iba muy animado, con una
cara de ponqué propia de haber echado un buen polvo con su novia, los imaginé
estrenado catre mientras a nosotros nos tocaba estrenas columna vertebral y muletas
por la molida de ese carro. En el camino, Sebastián dijo un montón de cosas que
ya habían hecho —porque a ellos si les había ido muy bien de camino y solo
habían gastado las cuatro horas de camino previstas—, ya habían comido algo en
un restaurante en el pueblo, luego habían comprado las bebidas y lo que
faltaba, ya habían nadado, ya habían reído y hasta ya habían bailado cerca al
borde de la piscina. Además, dijo que la quinta, era espectacular, como la de
un millonario europeo. Todo estaba en orden y era perfecto. Dijo que se habían
repartido las habitaciones a juego de moneda y que nosotros con Adriana y yo
habíamos ganado el juego porque nos había tocado la habitación de arriba que
era más grande y tenía balcón, mientras a todos ellos les habían tocado las dos
habitaciones del primer piso, aunque tampoco desmeritaban mucho de la nuestra.
—¿Y
la piscina qué tal? —preguntó Gabriela, que ya parecía más animada.
—Espectacular,
es increíble. Y con el clima del pueblo todavía está tibia. Ellas se quedaron
nadando cuando salí, yo creo que todavía estarán ahí metidas. Están felices.
Eso
me despabiló un poco, saber que Adriana ya había estado en bikini frente al
duro de Sebastián me ponía los pelos de punta, no me gustaba la idea de que
exhibiera su cuerpo así, no me parecía apropiado, aunque ya me sentía seco
hasta para protestar por algo que ya no podía controlar.
—¿Ósea
que ya estrenaron la piscina como se debe? —preguntó burlón Mauricio.
—¡Pues
claro! —contestó Sebastián animado y con algo de doble sentido que mi cansancio
no me dejó entender— ya estuvo nuestra parte hecha. Y la cosa promete mucha
piel, ¿no cierto, Carlitos? —me dijo codeándome y sonriendo aún más pícaro.
Yo
no entendí lo que me quiso decir y apenas le contesté con una sonrisa, ni
siquiera sentía las fuerzas suficientes para levantar la mirada y regañarlo por
mirarle el culo a mi mujer.
Como
a los diez minutos llegamos a la quinta, Sebastián se bajó para abrir la puerta
y entrar el carro. Ya era casi la una de la mañana y por eso ni Adriana ni
Julieta salieron a recibirnos como lo merecíamos después de tanto esfuerzo.
—¿Y
las chicas? —preguntó Mauricio tan extrañado como yo por la ausencia de las
bienvenidas.
—Debieron
caer como focas —contestó Sebastián mientras terminábamos de sacar todas las
maletas del baúl del carro— claro fue que la lucha en la piscina fue fuerte,
nos dimos muy fuerte.
—Me
imaginó —dijo sonriendo Gabriela.
La
verdad, apenas si vi de reojo la quinta y su famosa piscina, se veía bien, pero
yo ya llevaba los ojos cerrados y la mirada perdida. Sebastián nos mostró la
cocina, donde guardamos como pudimos toda la carne y las cosas que llevábamos y
luego nos enseñó las habitaciones. Subí con él hasta la puerta de nuestro
cuarto y antes de entrar me dijo algo que hasta ahora comienzo a entender:
—No
hagas mucho ruido, que la pobre cayó como una piedra después de todo el
ejercicio.
Me
dio una palmada en la espalda y bajó mientras yo, con el cuidado que él me
había dicho, me quité los zapatos, abrí la puerta y comencé a caminar hacia la
cama. En efecto, Adriana estaba tan dormida que ni sintió mi presencia, estaba
de espaldas, sin ninguna sabana encima y, para mi sorpresa, completamente
desnuda.
Me
quedé mirándola un momento. Lo primero que me dio fueron ganas de quitarme toda
la ropa y tirármele encima para cogérmela como en mis mejores épocas, pero ella
parecía tan profunda y tan cansada que ni siquiera se movía, seguramente ni
siquiera sentiría mi pito delgaducho si se lo metía en ese momento. Entonces,
resignado me quité la ropa, me dejé en calzoncillos y con ese mismo cuidado me
acosté a su lado sin moverme mucho para no despertarla. Su cuerpo se veía
precioso iluminado por los rayos de la luna que entraban por las ranuras entre
las persianas, su cintura se veía más delgada y su culo se veía redondo, como
una montaña gigantesca. Me la imaginé con el bikini negro nadando en la
piscina, a Sebastián con la boca abierta mirándola mientras disimulaba su
erección bajo el agua y a Julieta jugando entre los dos como la niña grande que
parecía ser. Me los imaginé riendo, jugando, ellas sobre los hombros de él, y
él aprovechando la ocasión para meterle mano a su novia y, cuando se dejara, a
mi mujer también. Me los imaginé riendo por el descuido de Adriana al salir del
agua mientras su bikini cedía, dejándole una teta al descubierto —una vez, en
otro paseo hacía muchos años, ya le había pasado con ese bikini, se le había
salido una teta y todos los que estábamos a su alrededor la habíamos visto —.
Me imaginé la cara de Sebastián aturdido mientras mi mujer reía por el
descuido, pero seguiría jugando y ese juego seguiría un poco más osado debido a
sus miradas cómplices.
Me
quedé un momento así mientras me imaginaba esa escena. Pero, Adriana me había
dicho que el bikini negro estaba viejo y que se había comprado otro ¿Cómo sería
el nuevo? ¿También seria negro? ¿Sería igual de grande o este sería más
chiquito? Esos días me había dicho que no me iba a mostrar nada de lo que se
había comprado, que prefería darme la sorpresa y yo había aceptado su desafío.
Me la imaginé con mil vestidos de baño, hasta que se me ocurrió que salir de la
duda sería tan sencillo como levantar la cabeza y buscar alrededor el bikini
que se había puesto esa noche. Estaba cansado, pero el morbo pudo más conmigo.
Levanté despacio la cabeza y busqué por encima de las cosas que podía reconocer
en la oscuridad, no vi bikinis por ninguna parte, de hecho, no vi ninguna clase
de ropa por ninguna parte. Un escalofrío recorrió mi cuerpo ¿Y si se habían
metido a las piscina desnudos?
Sin
pensarlo mucho me levanté a buscar su bikini, su ropa interior, exterior, algo,
pero nada. Busqué debajo de la cama, encima de las sillas, de la mesita de
noche, en el armario, pero nada, todo estaba vacío; de hecho, ni siquiera
encontré la maleta de Adriana. Fue tanto lo que busqué que creo alcancé a mover
su cuerpo porque ella gimió como si estuviera tirando conmigo. Yo me quedé de
pie frente a su cuerpo, pensando, analizando, tratando de atar cabos.
¿Y
su ropa? ¿Y su bikini? ¿Y si se habían bañado desnudos? Por lo que Sebastián
nos había contado, habían llegado a eso de las siete, lo que quería decir que,
con vueltas y todo, se habían metido a la piscina a eso de las ocho, pero
—ahora que recordaba— Sebastián llevaba una camiseta y unas bermudas playeras,
pero todo estaba seco y sin rastros del baño nocturno que nos había contado ¿Y
si se habían bañado desnudos? ¿Y si mi mujer se había bañado empelota frente a
ese par de casi desconocidos? No podía
creerlo. Era casi imposible, pero ese maldito macho de gimnasio hacía de todas
esas maquinaciones algo posible, con él siempre había una pequeña posibilidad
de que así hubiera sido; además, su ropa no estaba por ninguna parte. Tal vez,
Sebastián se la había escondido y por eso se había tenido que bañar desnuda,
pero ¿y la ropa que llevaba puesta? Porque seguro no había ido a trabajar
empelota. Volví a buscar y nada. ¿Se habría atrevido a mostrarse desnuda?
La
cabeza me daba ya vueltas de tantas maquinaciones sin fundamento, tal vez solo
estaba por ahí guardada o, tal vez la maleta estaría abajo, en la sala y yo no
la había visto al pasar. Pero… ¿y por qué estaba desnuda? Si estaba desnuda era
porque no tenía su maleta y su pijama. Seguramente, Sebastián le había hecho la
travesura de esconderle la maleta con la segunda intención de verla sin ropa,
de disfrutar de mi mujer como había llegado a este mundo. Me puse serio. Ya me
iba a escuchar en la mañana cuando le hiciera el reclamo por aprovecharse así
de mi pobre mujer, claro, él musculoso y ella apenas culosa; ese sujeto le
tenía ganas a mi mujer, estaba casi seguro, pero yo estaba dispuesto a
impedirlo.
Tenía
antecedentes, a él pocas viejas le decían que no, la mayoría escurrían la baba
cuando lo veían y se lo soltaban apenas comenzaban a hablar con él. Lo había
visto varias veces, sus conquistas apenas duraban media o una hora y ya corrían
al motel a abrirse de piernas. Debía tener cuidado, seguro que con Adriana
quería hacer algo parecido y había aprovechado mi infortunio con el cuento de
Gabriela para… para… para el cuento de Gabriela (y pensé en algo que hasta ese
momento no se me había ocurrido) ¿Si sería verdad que se sentía enferma o seria
solo una excusa, parte de algún plan entre todos para que Sebastián quedara a
solas con mi mujer? La verdad era que Gabriela no se veía enferma y no se había
mostrado enferma en todo el camino. Parecía una excusa y, por su culpa y esa
excusa, nos habíamos demorado más de lo previsto ¿Sería una trampa para hacerle
el cajón a Sebastián y dejarlo solo con mi esposa? ¡No, no podía ser! Además,
estaba Julieta, no creía que él se hubiera atrevido a hacerle algo a mi mujer
enfrente de su novia… pero, podía aprovechar algún descuido de ella. Además, yo
sabía que Julieta dormía mucho y muy profundo, casi siempre que estábamos
juntos ella se quedaba dormida en alguna silla y no había poder humano que la
despertara ¿Y si la había dejado dormir mientras se bañaba con mi mujer? ¡No,
no podía ser! Julieta era linda, era modelo de lencería, cierto que no tenía
las curvas de Adriana, pero era bella, sobre todo esa carita de ángel y demonio
que se gastaba; cierto que tenía las tetas pequeñas y la cola un poco plana,
pero así eran las modelos de revistas: flacuchas y largas, ella misma nos había
dicho alguna vez que los estándares eran como los suyos: poca teta, poco culo y
unas piernas largas. Tenía razón. No tenía por qué preocuparme, Sebastián lucia
orgulloso a su novia y les decía a todos que era modelo de catálogos de
lencería. De hecho, cerca de su concesionario había un centro comercial y
adentro había un local de la marca que modelaba Julieta, por supuesto, él no
desperdiciaba la oportunidad para pasearse por ahí señalando el afiche con su
novia expuesta mientras les decía a todos que ese ángel era suyo y ella lo
amaba. Imposible que quisiera cambiarla a la primera por mi esposa. Pero ¿y si
el plan lo hubieran hecho entre los dos?
Si,
podía ser, recordé que Mauricio me había contado que a Julieta también le
gustaban las mujeres y los porros, que alguna vez Sebastián le había dicho que
antes de él ella había salido con otra modelo; eso al parecer era algo muy
normal en su ambiente, en su medio, pero en el nuestro no, nosotros no
estábamos acostumbrados a esos términos, al parecer, mi mujer y yo éramos las
ovejas sanas en medio de los lobos. Debíamos tener cuidado.
De
repente, mi mujer de nuevo se movió, como sintiendo mis ojos sobre su cuerpo
desnudo, incomodándola e invadiéndola. Decidí volverme a acostar. Aun así, ya
no pude dormir. Todas esas dudas me sofocaban, me daban vueltas en la cabeza y
me revolvían las tripas. Debía calmarme, dejar de convocar incoherencias. De
seguro, ningún acto pervertido había pasado en mi ausencia. Estaba casi seguro
de mi esposa, no casi, completamente seguro de mi mujer. Adriana jamás me había
dado pie para pensar lo contrario de ella, siempre se había comportado como una
mujer integra y nunca me había fallado… o, por lo menos, eso esperaba.
Volví
a encontrarme con su silueta descarada. No recordaba la última vez que había
visto a Adriana durmiendo sin ropa, aunque me repetía al mismo tiempo que eran
solo estupideces mías y que nada de mis maquinaciones había pasado, tal vez,
solo habían estado nadando un rato y la ropa mojada estaría secándose y ya
está. Tal vez no había pasado nada, tal vez todo solo era producto de mi
imaginación, tal vez, en la mañana resolvería todo y la maleta con la ropa de
ella aparecería… de cualquier forma debía averiguar con disimulo lo que había
pasado. De cualquier forma, debía ir con cuidado porque no me fiaba mucho de
Sebastián. De cualquier modo, lo mejor era tener el ojo bien abierto y no dejar
a mi mujer tanto tiempo sola. De cualquier forma, ella tenía el culo en pompa y
yo estaba demasiado cansado para aprovecharlo. De cualquier forma, me quedé
dormido y no volví a despertarme en toda la noche.
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